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viernes, 1 de abril de 2011

48 días después.

El día 15 de febrero la insurrección armada iniciaba en Bengasi (Libia) la revuelta contra el régimen de Muammar Gaddafi. Se enarbolaba inmediatamente la bandera roja, negra y verde con la media luna y la estrella; símbolo de la monarquía del Rey Idris. Pocos días después los combates ya se habían cobrado, según la Corte Penal Internacional, más de 10 mil muertos, al mismo tiempo que una avalancha de refugiados huían de las fuerzas miliares leales al dictador hacia Túnez y Egipto. Entonces, Gaddafi ya lo tenía claro, a pesar de las presiones de su pueblo y la UE y de las amenazas miliares de Estados Unidos y la OTAN no iba a cesar en su empeño de mantenerse en el poder después de 42 años de dictadura. La Batalla por el Petróleo había empezado. 48 días después, dicho y hecho. El líder libio se mantiene firme en el oeste del país, desde Brega a Zuara pasando por la capital Trípoli, mientras, los insurrectos o los rebeldes, con la OTAN a la cabeza desde el 24 de marzo, siguen luchando por controlar el este del país, desde Ajdabija a Tobruk pasando por Bengasi embrión de la revolución. Pero rebobinemos ligeramente, pocos días después de recibir el visto bueno de la ONU, EE.UU, Francia y Gran Bretaña iniciaron el 19 de marzo los ataques aéreos contra las tropas de Gaddafi. Unos ataques que se concentraron casualmente en el este del país, casualmente donde empezó la revuelta y casualmente donde se concentra el 80% de las reservas petrolíferas de la región. Prosigamos e insistamos. Debido a que Libia en la actualidad es una de las mayores economías del mundo y posé el 3,5% de las reservas mundiales de petróleo, que se encuentran precisamente en el este del país, la coalición internacional ha trazado una intervención estratégica que tiene como objetivo final controlar el petróleo. Bajo el eufemismo mandato humanitario, solidaridad internacional y lucha por las libertades y la democracia del pueblo libio, la intervención militar de las potencias internacionales tiene un único interés; privatizar la industria petrolera del país, la National Oil Corporation, y transferir el control y la riqueza petrolera a manos extranjeras. Es una verdad incomoda que dentro del gran tablero mundial las principales potencias ensalzan su “benevolencia” estratégica para facilitar sus intervenciones militares. De hecho, Estados Unidos ofrece apoyo a algunos países aliados como Israel, de dudoso respeto por los derechos humanos, y soborna a otros como Jordania, de monarquía absolutista, Bahréin, por el interés geoestratégico que se obtiene al controlar el estrecho de Ormuz [quien controla el estrecho de Ormuz controla el comercio del petróleo mundial] o Arabia Saudita, de doctrina wahabista [una de las más extremistas dentro del Islam] con importantes vínculos con grupos yihadistas, para que se muestren moderados de cara al mundo occidental. Tampoco hay que olvidar que los países que ofrecen apoyo a los Estados Unidos [entre ellos España] en las guerras actuales, el caso de Libia no es la excepción, lo hacen a cambio de importantes beneficios, pero a costa de la pérdida de millones y millones de vidas humanas. Esta nueva tendencia de dudosa moral, utiliza los argumentos de la libertad y de la democracia con el objetivo de controlar los recursos naturales [petróleo, fósforo, gas, coltán, etc.] necesarios que permitan al mundo desarrollado mantener la hegemonía mundial y la independencia energética. El control sobre los recursos naturales y sobre los territorios estratégicos son los objetivos principales de todo despliegue de inteligencia militar llevado a cabo por las potencias del eje occidental, que al mismo tiempo, en un juego de geopolítica compiten entre ellas para obtener los mejores emplazamientos y los mejores recursos. No es una casualidad del destino que la mayoría de los conflictos armados actuales coincidan con las zonas de extracción de petróleo, de coltán, de fósforo o de gas. Desafortunadamente, la explotación de los recursos naturales representa la principal fuente de financiación de la guerra, al mismo tiempo que la guerra ofrece las condiciones óptimas que facilitan el acceso a los yacimientos minerales y a los pozos de petróleo. Volviendo al caso concreto de Libia, a día de hoy la victoria todavía no está al alcance ni de los rebeldes ni de los fieles al régimen. La caída de Gaddafi, a corto plazo, se convierte en la única fórmula que facilite o permita evitar la continuidad del conflicto armado y el posible riesgo de división o partición de la región en dos. De hecho, cada vez más, se está consolidando la idea de que la partición del país es una realidad. Mientras que el tirano libio controla el oeste del país y el gas, la insurrección armada y la coalición internacional controlan el este y el petróleo. Partición que se puede perpetuar en el tiempo y que amenaza con un caos permanente a las puertas del Viejo Continente. Sin duda, es posible que al igual que Sadam Hussein hiciera en 1991, Gaddafi acepte perder el control de parte del país a cambio de mantenerse en el poder. Lamentablemente, los conocimientos estratégicos relacionados con el arte de la geopolítica se siguen utilizando para la conquista y para la guerra, para el bandidaje y para la rapiña, para el asesinato y el genocidio, para la mentira y la desesperanza. Pero que no olviden nunca, esos que se creen que no podemos, esos que se creen que no sabemos y esos que se creen que no lo haremos, que nosotros tenemos memoria, que nosotros no olvidamos y que nosotros siempre estaremos dispuestos para la proclama de la justicia social y la lucha cívica, para la recerca de la verdad y la solidaridad internacional, para la batalla por los derechos humanos y la persecución de los criminales de guerra. Y que no lo olviden, porque nosotros, los que no olvidamos, los que no sabemos, los que no podemos y los que no lo haremos, si sabemos, si podemos y si lo haremos. Cristian Santiago de Jesús. Licenciado en Sociología, especializado en Conflictos Armados, Geopolítica y Control de los recursos naturales.