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sábado, 4 de diciembre de 2010

Max Weber. El político y el científico.

Max Weber
El político y el científico.

Las virtudes del político son incompatibles con las del hombre de ciencia, con esta dualidad podemos iniciar esta pequeña reseña. De todas formas Max Weber prefiere analizar el vinculo que existe entre ellas antes que profundizar en lo que las separa. No se puede ser hombre político y de estudio a la vez.

Sin duda, el saber “objetivo” ayuda a la acción razonable. La ciencia proporciona conocimientos sobre la técnica que, mediante la previsión, sirve para dominar la vida, tanto las cosas externas como la propia conducta de los hombres […] la ciencia proporciona métodos para pensar, instrumentos y disciplina para hacerlos.

La ciencia debe de estar al servicio del hombre político. Los conocimientos abstractos deben ayudar a disipar, incluso aislar, el riesgo de las decisiones del hombre de acción. Es obvia la importancia del estudio de las relaciones entre causa y efecto, tanto en la ciencia como en la política. Como analiza weber la prioridad jerárquica de los valores del hombre de acción, su curiosidad y sus experiencias orientaran la formación de su cultura política, sus interpretaciones sociales, sus respectivas aportaciones científicas y fomentará el esfuerzo por implementarlos.

A diferencia de Weber, creo que la lucha de actores del pasado debería incentivar nuestra acción presente, esta reciprocidad entre conocimiento y acción garantizaría la conciencia de las generaciones venideras.

La lucha filosófica weberiana basada en acabar con quienes mezclan actitudes políticas con pensamiento racional está condenada al ocaso. Lamentablemente el progreso científico ha concedido a los hombres de estado medios de destrucción y les ha otorgado la capacidad de destruir, la capacidad de dominar. Se convierte en una intervención ilegítima de una colectividad política totalitaria que implica la subordinación de la investigación científica, y por lo tanto, significa su pérdida de autonomía, significa en esencia su fin.

En las ciencias sociales este fenómeno se magnifica, es muy fácil confundir cuadros ideales con la realidad. Con este proceso las interpretaciones sociales, económicas y políticas pierden en rigor científico y se manipulan voluntades a través de la corrompida conciencia científica hacia, como afirma Raymond Aron, batallas de ideas.

Nos encontramos, por lo tanto, con una sociedad devaluada caracterizada por la mediocridad de sus dirigentes y la pasividad de las masas atomizadas y desalmadas.


La búsqueda de la ética, de la pureza en las actividades científicas y/o políticas, la represión de los sentimientos respecto al objeto de estudio, acabar con los juicios de valor y remarcar la distancia existente entre los proyectos y sus consecuencias representan en esta obra los pilares fundamentales del relativismo de Max Weber, rozando en algunos argumentos sobre la moralidad la tradición filosófica nihilista nietzscheana.

La política como vocación.

Inicialmente, en un intento por acotarnos el concepto vasto de política el autor se centra en la dirección o la influencia sobre la dirección de los Estados vistos como una asociación política fundada en la violencia.

Analiza la violencia como el medio especifico de los Estados. Por su contexto histórico bélico, Max Weber relaciona íntimamente estado y violencia, les otorga con éxito el monopolio de la violencia física legítima, siendo estos los únicos con derecho a ejercerla. Permite una dominación de hombres sobre hombres.

¿Cómo se legitima la dominación? Según el autor a través de la legitimidad tradicional (confianza en la costumbre), la carismática (confianza en el individuo capacitado) y la legal (confianza en la racionalidad), es decir, como la que ejerce el Estado actual. Estos serian los tres tipos puros de legitimidad que nos ofrece. Por otro lado, difíciles de encontrar tal cual en la realidad.

Es interesante como destaca de los Estados modernos la separación entre el cuadro administrativo y los medios materiales de la administración y como los dirigentes se han apoderado de ellos para la dominación de sus voluntades.

Unos dirigentes burócratas que viven “de” la política y no “para” la política. Claro que vivir “para” la política implica una independencia y libertad económica que permita buena dedicación. Se convierte en fundamental un equilibrio entre vivir “para” y vivir “de” la política debido a que el desequilibrio político produce corrupción, expropiación de la verdad y acumulación de poder. Según el autor, a esta tendencia le pone freno un funcionariado moderno (funcionarios profesionales), preparado, imparcial y especializado que optimiza el funcionamiento del aparato estatal sine ira et studio. Para Weber, las funciones del burócrata (los que viven de la política) no deben ser ni combativas, ni de lucha. No es adecuado permitir que el burócrata entre en los cargos de decisión política, es necesario evitar que la burocracia domine los cargos políticos.

En cambio, Ira et studio, parcialidad, lucha y pasión en el sentido de “positividad” (Sachlichkeit), de servicio a una causa (Sache) y huir de la vanidad, de la embriaguez personal, constituyen los elementos del político y sobre todo del caudillo político. Ofrece una responsabilidad objetiva y una mesura (Augenmass) distinta y opuesta a la actividad del funcionariado. Mientras que el funcionario ejecuta la orden, el dirigente debe asumir personalmente toda la responsabilidad de sus decisiones y luchar por ellas, al mismo tiempo que tiene que saber guardar la distancia con los hombres y las cosas, es decir, domar el alma del político apasionado que lo diferenciará del político “estérilmente agitado”. Weber se empeña constantemente en la autorresponsabilidad del político bajo el amparo de la democracia parlamentaria. Y con un acento elitista añade, que la política del líder debe ir acompañada por una iniciativa que desempeñe la voluntad del pueblo.

En estos casos, también surge la figura del líder “demagogo” que utiliza el discurso, lo pervierte y se lo apropia de manera intencionada para dominar a través de la confianza de sus partidarios políticos.

Añadir la aportación a la figura del político profesional (vivir “de” la política) cuando lo vincula al “quinto poder”, actualmente en peligro de extinción, al afirmar que el periodista es político profesional y sólo la empresa periodística es, en general, una empresa política permanente. Junto a ella no existe más que la sesión parlamentaria. Un contrapoder en su momento, hábilmente instrumentalizado en las últimas décadas.

Probablemente la democracia plebiscitaria sea el tipo de democracia del líder más importante, entendida como una dominación carismática bajo la fachada de una legitimidad derivada de la voluntad colectiva de los dominados y que persiste gracias a ella. Han de obedecer ciegamente al líder, sin opinión propia. Este es un intento de la teoría weberiana por legitimar los “procesos electorales” de la democracia.

Sólo nos queda elegir entre la democracia caudillista con “maquina” o la democracia sin caudillos, es decir, la dominación de “políticos profesionales” sin vocación […].

Sin duda Max Weber, al enfatizar de una manera elitista sobre la figura del líder ensalza el concepto de libertad y entra en el ámbito de la iniciativa individual, descuidando la frustración que puede implicar la acción colectiva sobre la acción individual. Para el autor la democracia no viene a significar el poder del pueblo, de la masa, de todos. Por el contrario, la democracia nos ofrece el escenario ideal para la elección legítima de los mejores líderes políticos. Es la élite económica y social preparada e independiente la que debe representar a toda la nación a través de la objetividad y la dignidad, en tanto que deben evitar la actitud mezquina y superficial del “político de poder” (Machtpolitiker) y a la ostentosa “política del poder” (Machtpolitik).

Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta forma construido tiene “vocación” para la política.

Cristian Santiago de Jesús.
Universitat d’Alacant.