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miércoles, 9 de marzo de 2011

De dónde venimos y hacia dónde vamos: El tratado de Lisboa.

La política exterior europea, antes del tratado de Lisboa, se sostenía sobre dos vertientes diplomáticas. En primer lugar sobre la voz de la Comisión, y en segundo lugar, sobre la voz del austero Consejo representado por Javier Solana.

Con el Tratado de Lisboa se constituía un nuevo cuerpo diplomático comunitario. Con este texto trataban de conseguir garantías para que los Estados miembros tuvieran representación en el SEAE [Servicio Europeo de Asuntos Exteriores], buscando también un equilibrio funcionarial entre los miembros de la Comisión y del Consejo.

Con la creación de este organismo comunitario se desprende la voluntad, por parte de los Estados Miembros, de legitimar las decisiones sobre la política exterior europea.
Aunque el camino que se nos presente no sea halagüeño, el optimismo por gestionar nuestro entorno debe ser la obligación los dirigentes de esta nueva herramienta diplomática.

Las diferentes amenazas del gran tablero mundial, dominado estratégicamente por la supremacía desquiciante de los Estados Unidos, implican que Europa deba buscar un renovado protagonismo global, a nivel comercial, político y social, a través de una Nueva Diplomacia Europea influyente que fomente el equilibrio entre las potencias mundiales. La negociación, el liderazgo, el respeto, la creatividad y el sentido común deben ser sus señas de identidad.

Pero, ¿hasta dónde podrá llegar su influencia? Podrán influir en las decisiones del FMI, de la OMC, del BM, del G-20, y en el caso que pueda influir es importante saber el cómo, ¿qué políticas aplicarán? ¿Continuarán con las amplias tendencias neoliberales o se replantearán un nuevo modelo más equilibrado? Y en cuanto a defensa, ¿continuaremos dependiendo de la OTAN?

Desafortunadamente, mi intuición me obliga a decir que consolidar el SEAE se convierte en una tarea archicomplicada, tener una voz única y potente, aumentar su presupuesto y competir a nivel mundial con los viejos y los emergentes actores estratégicos, se convierte en una quimera que, actualmente, ni con Belerofonte se puede combatir.

Nos encontramos, por tanto, con un nuevo escenario multicolor dónde la seguridad energética y el cambio climático, la proliferación del terrorismo internacional y el riesgo nuclear, la reconstrucción del modelo financiero y la reforma económica del modelo neoliberal, se convierten en los retos del futuro, pero también en los desafíos del presente.